Hecelchakán - Uxmal - Muna - Mérida 15-26
Febrero 2013
Despierto desde
temprano, preparé lo que me faltaba del equipaje para poder llegar lo más lejos
que pudiera cerca de la zona arqueológica de Uxmal. El lapso hacia las afueras
de la ciudad de Campeche era de lo más agradable, me encontraba con una buena disposición
de tiempo, con un clima nublado a mi favor, y con las energías suficientes como
para comenzar el día, donde si no hubiera sido por la torta más tremendamente
pequeña que he comido en mi vida, no sé como hubiera resistido el resto del
día.
En esos momentos
donde todo es paz y armonía, y que nada puede marchar mal ya que todo pinta
para ser un extraordinario día, repentinamente debo hacer una parada debido a
que la llanta trasera se ha quedado sin aire. Sin poder ver donde estaba el
problema de la cámara, decidí pedir mi primer ride que me pudiera llevar a la
gasolinera más cercana, la cual estaba a sólo un par de kilómetros. Luego de
haber durado hora y media con el problema (al menos fue la primera parchada por
mi mismo), ya me encontraba nuevamente en carretera. Transcurridos algunos
kilómetros, faltaba poco para el atardecer y de nuevo había tenido un par de
inconvenientes con la cámara, por suerte, había podido alcanzar a llegar a la
entrada de Hecelchakán. Allí, lo primero que quería buscar era un taller de
bicis para que hicieran un mejor trabajo del que yo hice, pregunté por algunos,
pero al dar con ellos, ya estaban cerrados. Mientras caminaba, me parecía
curioso cómo la gente se transportaba de un lugar a otro por medio de una
especie de bici-taxi, las calles algo angostas y todavía algunas de terracería,
varias de las casas aún permanecían con sus techos de hojas seca de árbol visto
desde afuera. Tengo que agradecer a un amable señor que me acompaño a buscar un
taller abierto, hasta que un par de jóvenes se ofrecieron ayudarme con la
reparación de una cámara. Al llegar a la parte del zócalo, fui en dirección a
la iglesia, la cual sería el lugar donde solicitaría alojamiento al padre
Alejandro, y reposaría esa sola noche.
En la mañana
siguiente, desayuné en una taquería que estaba al lado de la iglesia donde
dormí, allí, un señor me comentó que me había visto salir de Campeche el día
anterior, y me preguntó hasta donde me dirigía, entre otras cosas. Al final,
los muchachos de la taquería me regalaron lo más valioso y necesario para este
viaje, agua. ¡Muchísimas gracias gente de Hecelchakán! Aparentemente el día
parecía ser prometedor respecto al anterior, hasta que de repente el cielo se
puso soleado y el viento comenzaba a dirigirse en contra mía. Había escuchado
decir que pedalear en dirección opuesta al viento era complicado pero nunca
pensé que tanto. El transcurso del camino no fue de lo más grato, lo único que
había en la autopista eran puentes sin sentido o función alguna, gente que
circulaba con sus vehículos a cientos de kilómetros por hora tirando su basura
sobre el camino - con ganas de tomar lo que tiraron y poder alcanzarlos para
regresarles lo que les pertenece -, y cerros, cerros que seguramente años atrás
eran parte del paisaje y que ahora solo circulan vehículos sobre estos.
Al llegar al área
de retenes y ser interrogado ya en el estado de Yucatán, me tomé un poco de
tiempo para comer algo en uno de los puestos de comida que había en una especia
de plaza, decisión que luego me arrepentiría por el precio y calidad del
platillo, además por la rotunda y seca manera de la que me negaron un poco de
agua para tomar. Tenía menos de dos horas para llegar al poblado más cercano
antes de que comenzara a oscurecer, cosa que quería evitar a toda costa por los
riesgos que representa. En ese momento fue cuando tuve que emplear toda la
energía para ir lo más rápido posible y poder llegar al pueblo más cercano.
Durante el camino se encontraban una especie de ruinas, a lado y en el medio de
la carretera, donde me pasó por la mente llegar a acampar. Por suerte no hice
nada de eso ya que me libré de un conflicto con los guardianes del lugar: los
Alushes.
Una vez que ya
había pasado el atardecer, me detuve en un pequeño pueblito que se encuentra
antes de llegar a Opichén y en dirección hacia Kopomá. Allí conocí a Almicar,
un señor nativo del lugar, y que durante su juventud tuvo que irse a vivir al
D.F., con el tiempo, tomó la decisión de volver a su lugar de origen. Almicar y
otra señora son propietarios de unas cabañas, aunque apenas van comenzando con
su negocio, estas son rentadas a grupos o hasta a una persona. Duré bastante
tiempo esperando por un aventón que me llevara a Opichén o a Muna sin éxito
alguno. Mientras conversábamos, Almicar me comentaba sobre las maravillas del
estado de Yucatán y sus tantos conocidos atractivos como aquellos que no han sido
explotados - por suerte o mala suerte para otros - por el hombre. Le hice el
vago comentario de acampar en las ruinas que había visto anteriormente, y me
advirtió que eso hubiera sido un poco riesgoso, debido a estos guardianes
llamados Alushes. Los Alushes son pequeños duendes que sirven como protectores
especialmente de granjas, pastizales y hasta casas, contra personas o espíritus
malignos. Estos duendes son creados por un brujo maya, el cual lleva un proceso
complicado y largo para su creación. Todo esto a cambio de lo que el brujo te
pida. Hay que tener cuidado, ya que si no se alimentan adecuadamente a estos
guardianes, pueden llegar a convertirse en un serio problema.
Después de
escuchar sobre los Alushes y otras leyendas del lugar, así como algunas cosas
sobre naturales que han ocurrido en las cabañas de Almicar, y al ver que no
tenía donde dormir, tomé la decisión de quedarme en una de sus seis cabañas por
la única tarifa de $100 pesos. La entrada del lugar, tanto como el patio grande
y su alberca vacía (donde según una persona vio a una mujer de cabello negro y
largo merodear) estaba algo desordenado, podía verse que se estaba trabajando
en ello. El interior de la cabaña era diferente, limpio y ordenado, el pequeño
inconveniente es que no había luz, ni agua. Almicar me dio a conocer que se
tenía que ir, pero que la otra señora vendría temprano por la mañana a darme
agua caliente para bañarme. Me encontraba sólo y en completo silencio con la
oscuridad. La razón por la que decidí quedarme ahí (además de no tener donde
dormir) fue para descansar a gusto en
una cama que no era la mía, pernoctar de una manera algo ecológica, y, aunque
no soy muy creyente de las cosas sobre naturales, quería experimentar algo de
las cosas que le han sucedido a otras personas al quedarse ahí. Para ser honesto,
me lleve a la cabaña la luz de la bicicleta por sí las moscas.
Temprano en la
mañana, arreglé mis cosas y esperé por la señora que vendría, la cual
llegó pero cuando ya tenía que partir para llegar lo más temprano que
pudiera a Uxmal. Había una distancia aproximada de 40 kilómetros de mi
objetivo, durante el trayecto, sólo veía pasar las pocas motocicletas y
vehículos que me rebasaban fácilmente. Al llegar a Muna, me tomé unos minutos
para desayunar algo rápido en lo que es su plazuela principal. Era curioso ver
el rostro de las personas observando a un desconocido andando por ahí en su
bicicleta, pero muy agradable cuando las saludabas y ellos te respondían de
manera muy amable. El camino a la zona arqueológica fue de lo más fácil, ya que
había una buena cantidad de bajadas que hicieron todo más sencillo. Claro, el
regreso sería otra cosa diferente.
Una vez ya en la
zona arqueológica, dejé todas mis cosas y me dirigí a recorrer el área. Lo
bueno que como fue domingo, fue totalmente gratis la entrada. Allí me mezclé
entre un grupo de turistas italianos para escuchar la explicación del guía
sobre la Pirámide del Adivino, posteriormente tomé mi propia dirección. Uxmal
es una de las ciudades mayas más importantes de esta cultura, con un estilo
arquitectónico muy representativo. En lo personal, Uxmal sería una de las zonas
arqueológicas preferidas y recomendadas para visitar por su riqueza
arquitectónica que ofrece.
Pirámide del Adivino
Anillo del Juego de Pelota
Palacio del Gobernador
Mientras las
manillas del reloj seguían avanzando y yo me enamoraba di tutte le belle donne
italiane e tedesche, era tiempo de regresar a Muna a comer algo y ver la opción
de acampar o pedalear hasta el pueblo más cercano a Mérida. En el pueblo de
Muna comí y descansé un poco más de lo debido, pero todo era tan tranquilo, que
dejé el tiempo pasar sin preocupación. Ya no quería seguir pedaleando ese día,
así que fui a la iglesia a solicitar permiso para quedarme esa noche pero el
padre no se encontraba en ese momento, busqué un lugar que me había sugerido
una muchacha de la localidad, el cual era accesible a mi presupuesto diario. Una
vez encontrado con el lugar, conocí al señor Gilberto Arjona, quien vive solo
en una casa grande desde un tiempo, pero que le agrada recibir visitas de
viajeros. Lo primero que quería hacer era tomar un baño que me hacía falta
desde hace días. Gilberto es una persona ya grande que desde muy chico se fue a
los Estados Unidos de mojado en busca de una mejor vida, años después, tomó la
decisión de volver a sus tierras que es donde él pertenece. Da la casualidad
que de joven visitó el puerto de Mazatlán, donde aún permanece en sus recuerdos
las Tres Islas. Antes de ir a dormir, pude observar un cuadro de cómo era Uxmal
varios años atrás, en aquel momento, me invadió un sentimiento de haber deseado
visitarlo en esa época, donde dicha zona arqueológica no era manejado como un
producto turístico. Temprano como de costumbre, estaba listo para esos 65 kilómetros
restantes que me llevaría hasta la ciudad de Mérida. Muna o Mun-ha – como es originalmente
en maya – significa tierra de agua, ya que cientos de años atrás todo el centro
del lago era una laguna. Era tiempo de dar las gracias y despedirme de
Gilberto, un gran gusto el haberlo conocido y poder conocer un poco de cómo es
el lugar donde vive.
Gilberto y yo
La mañana se fue volando y sin darme
cuenta ya casi era medio día y me encontraba en Umán, a solo unos cuantos
kilómetros de Mérida. Ya en la capital, llamé a Pedro, un amigo de Mazatlán que
vive ahora en la ciudad con junto con Ángel, otro amigo mazatleco, y Karen,
novia de Pedro. Mientras acordábamos la hora y lugar donde nos veríamos, me
guíe en dirección al zócalo donde reposé un poco y después hice una visita al
Mercado San Roque. En el mercado hay varios negocios de comida, pero lo que yo
buscaba en especifico era el llamado Relleno Negro, en este platillo se sirve
en un plato hondo caldo de color negro,
el cual tiene un sabor casi nada a picante y a su vez dulce, pavo desmenuzado,
y una pieza de huevo cocido. El calor se podía sentir algo intenso, las calles
del centro eran muy transitadas por bastantes vehículos y había muchas personas
por doquier, con los días me daría cuenta que me gusta más la ciudad de noche
por su tranquilidad.
Relleno Negro
Mérida es una de las ciudades más seguras
de todo México, los índices de inseguridad y violencia son demasiados bajos, es
poseedor de un bello centro histórico, se llevan a cabo distintos eventos
culturales durante la semana, muchos de ellos gratuitos, así como también hay
varios lugares interesantes que conocer a las afueras de la ciudad. Ya en el
lugar donde había acordado de verme con Pedro, éste me recogió y nos fuimos
camino a casa, lugar donde permanecería a lo mucho una semana antes de
continuar con la última parte de mi recorrido.
Progreso (Cerca de Mérida)